Un gato, un gallo y un cerdo— decidieron emprender una divertida aventura en coche. El gato, siendo el más ágil de los tres, tomó el volante, mientras el gallo se acomodaba en el asiento trasero y el cerdo ocupaba el lugar de copiloto.
—¡Más rápido, más rápido! —dijo el gallo, agitando sus alas con entusiasmo.
—Tranquilo, que no queremos volar —respondió el gato, concentrado en la carretera.
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Todo iba bien hasta que, de repente, el coche dio un volantazo y ¡BUM! ¡Chocaron contra un árbol! El gato, con sus ojos bien abiertos, miró el coche y exclamó:
—¡Miauto, miauto! ¡Está destrozado!
El gallo, siempre listo para hacer una broma, sacudió sus plumas y, con su típico humor, comentó:
—¿Quiquiriquí le haga? Esto ya no tiene arreglo.
El cerdo, que había caído sobre el asiento con un poco de barro en el hocico, miró la escena sin saber muy bien qué decir. Justo en ese momento apareció un policía, caminando con su cuaderno en mano y una expresión seria en el rostro.
—¿Cuándo ocurrió este accidente? —preguntó el policía, observando a los tres amigos y al coche golpeado.
El cerdo, siempre tranquilo y sin perder la compostura, levantó su pezuña y respondió:
—Hoy, hoy.
El policía parpadeó sorprendido y trató de mantener la calma, pero no pudo evitar sonreír ante la curiosa escena: un gato angustiado por su coche, un gallo soltando bromas y un cerdo respondiendo con una tranquilidad absoluta.
—Bueno, al menos están todos bien, ¿no? —dijo el policía, guardando su cuaderno.
El gato miró a sus amigos, un poco sucios pero ilesos, y suspiró con alivio.
—Sí, estamos bien —dijo, aunque su coche no corría la misma suerte.
El policía sonrió y, tras una breve pausa, agregó:
—¡El coche lo arreglamos luego, lo importante es que están a salvo!
Y así, los tres amigos se rieron juntos, recordando que lo más valioso no era el coche, sino tenerse el uno al otro para enfrentar cualquier situación, incluso las más accidentadas.