Cuentini

El truco del tortugo

Titán era un tortugo de caparazón brillante, patas firmes y una sonrisa que nunca tenía prisa.

Mientras los demás corrían, él disfrutaba del camino: oliendo las flores, contando las hormigas y dejando huellas suaves en el barro. Pero había un problema en el bosque…

Yvytú, el viento revoltoso, no entendía cómo alguien podía ser tan lento.

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—¡Puaff! ¡Si hasta las nubes se mueven más rápido que tú! —bromeaba, zarandeando las hojas sobre la cabeza de Titán.

El tortugo, en vez de enojarse, solo parpadeó con sus ojitos tranquilos y dijo:

—La velocidad no lo es todo, Yvytú. ¿Sabes qué sí es poderoso? La paciencia.

—¡Ja! —rugió el viento—. ¡La paciencia no mueve ni una hoja seca!

—Entonces… —Titán señaló una montaña gigante al horizonte—. Demuéstrame tu fuerza. Mueve esa montaña con tu soplo.

Yvytú no lo pensó dos veces. ¡Sopló hasta ponerse azul! Los pájaros se escondieron, los árboles se inclinaron y hasta las piedras rodaron… pero la montaña siguió allí, inmóvil.

—No… puede… ser… —jadeó Yvytú, exhausto.

Titán, sin decir nada, arrastró un mango maduro hasta la roca más grande. Lo partió con su pico, dejó caer la semilla en una grieta y murmuró:

Las cosas grandes tardan, pero siempre llegan.

Días, lunas y estaciones pasaron. La semilla se convirtió en un árbol cuyas raíces, lentas pero firmes, partieron la roca en mil pedazos. Yvytú, al verlo, comprendió: el verdadero poder no es gritar más fuerte… sino esperar mejor.

Desde ese día, el viento dejó de burlarse y, en cambio, aprendió a silbar melodías dulces para ayudar a las semillas a encontrar su hogar.

Reflexión

Este cuento es un recordatorio tierno pero poderoso: en un mundo que celebra la rapidez, la verdadera fuerza a menudo está en la calma.

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Titán, el tortugo, no niega el poder del viento (¡el mundo lo necesita!), pero le enseña algo que Yvytú no entendía: la naturaleza tiene sus ritmos sagrados. Las semillas no germinan con un soplo, ni los ríos excavan cañones de un día para otro.

Las cosas más bellas y duraderas —un bosque, una amistad, el crecimiento personal— requieren tiempo y entrega silenciosa.

La moraleja va más allá de una competencia: es una invitación a valorar lo «lento». Hoy, los niños (y los adultos) vivimos en una era de inmediatez: pantallas que responden al instante, juegos de ritmo frenético, mensajes que exigen respuestas rápidas.

Este cuento está basado en la cultura popular de Paraguay.

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Sonia Jerez

Escritora y conferencista con más 10 años de experiencia en la educación infantil y desarrollo creativo. Ha ganado varios premios internacionales.

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