El sol de la tarde pintaba el río de oro, y los pies descalzos de Lucas chapoteaban en el agua sin miedo.
A él le encantaba sentir el lodo entre los dedos y las olas juguetonas que le mojaban los tobillos. Pero hoy, algo era distinto.
—Abuelo —preguntó, levantando una piedra lisa—, ¿por qué el agua brilla así?
Su abuelo, sentado bajo un árbol, dejó a un lado su libro y sonrió.
—Porque el agua tiene memoria, Lucas. Guarda secretos… como el día en que Jesús entró en el río Jordán.
Lucas dejó caer la piedra. ¡Plop! —¿Jesús también jugaba en el agua?
—Algo mejor —dijo el abuelo, acercándose—. Él la usó para enseñarnos algo importante.
Y así, entre reflejos danzantes, el abuelo le contó que el bautismo no era solo agua, sino un abrazo de Dios.
—Es como cuando te sumerges en la piscina —explicó—, pero en vez de salir solo mojado, sales distinto. Pablo lo dijo: «Al salir, resucitas a una vida nueva» (Romanos 6:4).
Lucas miró su reflejo en el río. —¿O sea que el agua… me cambia?
—¡El agua no! —rió el abuelo—. Jesús lo hace. Pero al bautizarte, le dices: «Quiero estar contigo para siempre». Pedro lo explicó: «Bautícense… para perdón de pecados» (Hechos 2:38).
—¿Y si no lo hago? —susurró Lucas, dibujando círculos en el agua.
El abuelo lo miró con ternura. —Dios te ama igual, pero él nos dio el bautismo como un regalo, no como un castigo. Como… ¡la llave de un tesoro!
Esa noche, mientras el río seguía brillando bajo la luna, Lucas soñó que nadaba hacia el centro, donde Jesús le tendía las manos. Y al salir, sentía su corazón ligero, como una hoja nueva.
Fin.
Reflexión
Este cuento logra algo hermoso: humanizar una doctrina bíblica sin perder su profundidad, usando elementos cotidianos que un niño de 5 años puede entender (jugar en el río, una piedra, el reflejo del sol). La narración evita el tono de «lección obligatoria» y, en cambio, invita a la curiosidad y al asombro.
Puntos claves:
- El agua como símbolo vivo
No es solo «un ritual», sino un elemento que el niño ya disfruta (chapotear, sentir el lodo). Así, el bautismo se vuelve parte de su mundo, no algo abstracto. - Jesús como centro, no el agua
El abuelo aclara: «El agua no te cambia, ¡Jesús lo hace!». Esto evita la idea mágica del ritual y enfatiza la relación personal con Dios. - Preguntas que importan
Lucas pregunta «¿Y si no lo hago?», una duda real en muchos niños (y adultos). La respuesta del abuelo equilibra verdad y gracia: «Dios te ama igual, pero esto es un regalo». - Final abierto
El sueño de Lucas deja espacio para que el niño imagine su propio encuentro con Jesús, sin imponer una conclusión forzada.
En esencia, el relato convierte una doctrina en una historia de cercanía. No subestima al niño con simplismos, pero tampoco lo abruma. Al terminar, queda la sensación de que Dios está tan cerca como el río que brilla bajo el sol… y que responder a su amor puede ser tan natural como saltar al agua en un día de verano.