En un rincón del bosque brasileño, justo donde las hojas más verdes se juntan con la luz del sol, vivía un duende muy especial. Aunque algunos lo llamaban travieso, él prefería pensar que tenía «un gran sentido del humor».
Era nada menos que Saci Pererê, el duende de una pierna, piel oscura y gorro rojo brillante.
Saci tenía una habilidad mágica para desaparecer en un parpadeo y hacer pequeñas travesuras. Su gorro rojo no solo le permitía volverse invisible, sino que también lo hacía saltar como un canguro sobre su única pierna.
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¡Era tan rápido que nadie podía atraparlo! Y si había algo que a Saci le encantaba, era sorprender a los animales del bosque.
Un día, mientras daba saltos entre los árboles, Saci escuchó un suave relincho. Al asomarse desde un arbusto, vio a un caballo blanco y elegante con su melena larga y bien peinada. “¡Oh, esto no se puede quedar así!”, pensó Saci, sonriendo con picardía.
Con un solo giro de su gorro, hizo que la melena del caballo se enredara en pequeños nudos. El caballo, confundido, sacudió su cabeza, intentando desenredarse, mientras Saci soltaba una risita.
Pero la verdadera travesura del día aún estaba por llegar. Cerca del río, una niña estaba recolectando frutas en una canasta, cantando alegremente una canción que resonaba entre los árboles. Saci, divertido, decidió darle una sorpresa. Se escondió detrás de un árbol y, justo cuando la niña dejó su canasta para recoger una fruta, él la movió a un lado.
Cuando la niña regresó, su canasta estaba en otro lugar. Extrañada, fue a recogerla, y Saci volvió a moverla a otro lado.
Después de varios intentos, la niña paró y miró alrededor. “Saci, sé que eres tú”, dijo, cruzando los brazos con una sonrisa. Saci, sorprendido, apareció en un estallido de humo. “¡Eres muy lista para descubrirme tan rápido!”, dijo él, soltando una carcajada.
La niña también se rió y le pidió que dejara de esconderle la canasta. “¡Está bien, está bien!”, dijo Saci. “Prometo no hacer más travesuras… por hoy”. Pero en ese momento, con un movimiento rápido, hizo que el gorro de la niña cayera al suelo.
Ella lo recogió, divertida, y le lanzó una manzana a Saci, quien la atrapó con una sonrisa.
Desde ese día, Saci y la niña se volvieron amigos. Ella siempre lo buscaba en el bosque para escuchar sus historias de travesuras, y Saci, en secreto, la respetaba por ser la única que lo había atrapado en sus bromas.
De vez en cuando, claro, Saci seguía haciendo de las suyas: enredaba el pelo de los caballos, escondía pequeñas cosas y se reía al ver a los animales y las personas confundidas.
Pero, al final, todos en el bosque sabían que Saci era inofensivo. Y, aunque algo travieso, solo buscaba hacer que la vida en el bosque fuera un poco más divertida.
Y así, con su gorro rojo y su risa contagiosa, Saci Pererê siguió saltando de un lado a otro, dejando tras de sí un rastro de risas y pequeñas sorpresas en cada rincón del bosque.
Este cuento está basado en la cultura popular de Brasil.