En el principio, cuando no había nada más que un gran silencio y una enorme oscuridad, Dios decidió hacer algo increíble. Observó el vacío y sonrió, imaginando todo lo que quería crear. Entonces, comenzó la aventura de la creación.
Día 1:
Con una voz suave, pero firme, Dios dijo: «¡Que haya luz!». Y, de repente, un brillo resplandeciente llenó el espacio. La oscuridad se apartó como un niño tímido, dejando que la luz bailara y saltara de alegría. Dios miró la luz y dijo: «¡Esto está bien!». Separó la luz de la oscuridad y así nacieron el día y la noche.
Día 2:
Al día siguiente, Dios decidió que el mundo necesitaba algo más. Miró el cielo vacío y dijo: «¡Vamos a crear el cielo y el agua!». Con una gran sonrisa, separó las aguas de arriba y las de abajo, y formó un cielo azul maravilloso sobre las aguas. Fue como hacer magia, ¡pero con gotas de agua y nubes! Y otra vez, miró lo que había hecho y pensó, «¡Esto está bien!»
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Día 3:
Al tercer día, Dios quiso añadir más detalles. Dijo: «¡Que haya tierra, montañas y valles!». La tierra surgió entre las aguas y, para darle un toque especial, Dios hizo aparecer flores de todos los colores, árboles altísimos y arbustos que parecían reír con cada ráfaga de viento. Y, cuando terminó, observó el mundo lleno de verde y flores y sonrió, diciendo, «¡Esto está muy bien!»
Día 4:
En el cuarto día, Dios pensó que el cielo luciría mucho mejor con luces especiales. «¡Hagamos el sol y la luna!», exclamó. Y, de pronto, el sol comenzó a brillar en el día, calentando la tierra, y la luna con sus estrellas iluminó las noches. Las estrellas se veían como lentejuelas en un vestido de fiesta, ¡todo estaba perfecto!
Día 5:
El quinto día, Dios quiso dar vida a los mares y al cielo. Dijo: «¡Que haya peces en el agua y aves en el aire!». Entonces, los peces empezaron a nadar felices, y las aves a volar con sus alas extendidas, explorando cada rincón del cielo. Dios los observó, viendo cómo jugaban y cantaban, y sonrió: «¡Esto es asombroso!»
Día 6:
Para el sexto día, Dios reservó su idea más grande. Quiso llenar la tierra de vida y creatividad, así que hizo animales de todos los tipos: leones, elefantes, conejos y hasta diminutas hormigas. Finalmente, creó al ser humano, alguien que pudiera cuidar, amar y disfrutar de toda esta belleza. Los llamó hombre y mujer, y les dijo: «Cuídenlo, es su hogar». Y Dios miró todo lo que había hecho y dijo, «¡Esto es muy, muy bueno!»
Día 7:
En el séptimo día, Dios decidió descansar. Se sentó a observar su creación y suspiró de satisfacción. Todo estaba lleno de vida y colores, de amor y alegría. Y, así, fue como la gran aventura de la creación terminó.
Desde entonces, cada río, cada árbol y cada animal es una parte de esa aventura. Nosotros, como cuidadores, tenemos la misión de protegerlo, de amar cada hoja, cada gota de agua y cada ser vivo. Porque la creación es un regalo, y cuidarlo es nuestra gran aventura.