En un tiempo lejano, mucho antes de que la montaña conocida como el Ávila se alzara imponente sobre Caracas, el valle era un lugar completamente plano. Los habitantes de la región vivían tranquilos, y desde sus casas podían ver el mar a lo lejos, extendiéndose como un manto azul infinito.
Pero algo comenzó a cambiar. Los pueblos que vivían en el valle olvidaron lo importante que era cuidar la naturaleza. Tiraban basura en los ríos, cortaban árboles sin razón, y ya no ofrecían agradecimientos a los espíritus que cuidaban la tierra y el agua.
Un día, el viento empezó a soplar más fuerte de lo normal, y las nubes oscuras cubrieron el cielo. Los ancianos del pueblo, que sabían leer las señales de la naturaleza, se preocuparon. “Hemos ofendido a la Diosa del Mar”, dijeron, mirando hacia el horizonte.
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Y tenían razón. Desde lo profundo del océano, la Diosa del Mar, furiosa por el descuido de los humanos, decidió darles una lección. Convocó una ola gigante, más alta que cualquier cosa que hubieran visto antes, y la lanzó contra la tierra. La ola se acercaba velozmente, arrasando todo a su paso.
Los árboles se doblaban ante su fuerza, y los animales huían aterrorizados. Los habitantes del valle miraban con horror cómo esa inmensa pared de agua se acercaba, sabiendo que nada podía detenerla.
Desesperados, los ciudadanos corrieron hacia el centro del valle. Se arrodillaron y, con lágrimas en los ojos, comenzaron a implorar el perdón de la Diosa. “¡Por favor, perdónanos! Prometemos cuidar la tierra y el mar. ¡No volveremos a olvidarnos de su importancia!”
Las súplicas llenaron el aire, y justo cuando la ola estaba a punto de descender sobre el valle, algo increíble sucedió. El estruendo del agua fue reemplazado por un silencio profundo. Cuando los habitantes levantaron la vista, no vieron agua. En su lugar, donde antes había una ola gigante, había una inmensa montaña de piedra.
La Diosa del Mar, conmovida por el arrepentimiento sincero de los pueblos del valle, decidió detener la destrucción. Transformó la furiosa ola en una montaña sólida y serena, como un recordatorio de la fuerza de la naturaleza y la importancia de respetarla.
Con el tiempo, esa montaña fue llamada Guaraira Repano, que significa “la ola que vino de lejos”, en honor a aquel día en que la ola gigante se convirtió en piedra. Los habitantes del valle nunca olvidaron la lección de la Diosa, y desde entonces, cuidaron los ríos, los árboles, y todo lo que la naturaleza les ofrecía.
Hoy, la montaña, sigue vigilando el valle, recordando a todos los que la ven la historia de cómo una gran ola se convirtió en la protectora del pueblo. Y aunque ya no puedan ver el mar desde el valle, saben que siempre está ahí, esperando que sigan honrando el pacto que hicieron hace tanto tiempo.
Este cuento está basado en la cultura popular de Venezuela