Había una vez cuatro amigos inseparables: Lucas, Sofía, Tomás, y Valentina. Un día, decidieron embarcarse en una emocionante aventura en la motorhome del papá de Lucas. ¡Estaban muy emocionados! Llenaron la despensa con bocadillos, empacaron sus juegos favoritos, y cargaron sus mochilas con linternas y mapas.
Estaban listos para recorrer una carretera que los llevaría a un hermoso lago escondido entre montañas.
El viaje comenzó de maravilla. Cantaban canciones, jugaban a adivinar formas en las nubes y se turnaban para contar historias divertidas. Todo iba según lo planeado, hasta que Lucas vio un letrero de madera a un lado del camino que decía: «Atajo al Lago Escondido».
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“¿Por qué no tomamos el atajo?” propuso Lucas con una gran sonrisa. “Nos ahorrará tiempo y llegaremos al lago antes de lo esperado”.
“Buena idea,” respondió Sofía, siempre dispuesta a una nueva aventura. Los demás estuvieron de acuerdo, así que giraron en el camino polvoriento que parecía más estrecho y menos transitado.
A medida que avanzaban, el camino se volvía más extraño. Los árboles parecían estar cada vez más juntos, y la luz del sol apenas lograba colarse entre sus ramas. Las risas de los amigos se transformaron en un silencio expectante.
“¿Están seguros de que este es el camino correcto?” preguntó Valentina, un poco preocupada.
“Eso dice el letrero,” respondió Tomás, mirando el mapa. Pero, para su sorpresa, el atajo no aparecía en el mapa. “Qué raro… No está aquí”.
Siguieron conduciendo, esperando que el lago apareciera pronto, pero en lugar de eso, llegaron a un pequeño pueblo que no reconocían. Las casas eran antiguas, de madera y piedra, y las calles estaban completamente vacías. No había personas, ni animales, ni siquiera viento que moviera las hojas.
“Esto es muy extraño,” dijo Lucas, apagando el motorhome. “¿Dónde está todo el mundo?”
Los cuatro amigos bajaron del vehículo y caminaron lentamente por el pueblo, llamando, pero nadie respondía. De repente, un reloj antiguo en la plaza central dio la hora: las campanas sonaron tres veces, pero cuando miraron, la aguja no se había movido.
“El tiempo aquí está… detenido,” susurró Sofía.
Asustados, los amigos decidieron volver al motorhome para irse del pueblo cuanto antes. Pero cuando intentaron regresar por el mismo camino, descubrieron que ya no estaba. En su lugar, había una densa niebla que les impedía ver más allá de unos pocos metros.
“Debemos encontrar a alguien que pueda ayudarnos,” dijo Tomás, tratando de mantener la calma. “Seguro que alguien vive aquí”.
Decidieron explorar más el pueblo. Finalmente, encontraron una pequeña tienda con la puerta entreabierta. Dentro, un anciano estaba sentado detrás del mostrador, leyendo un libro viejo. Parecía que no se había dado cuenta de su llegada.
“Disculpe, señor,” dijo Valentina, con voz temblorosa. “Estamos perdidos y no podemos encontrar el camino de regreso”.
El anciano levantó la vista y les sonrió suavemente. “Han llegado a un lugar olvidado por el tiempo,” dijo. “Para salir de aquí, deben reparar el reloj de la plaza. Ese reloj es la clave para reanudar el tiempo y encontrar el camino de regreso.”
“¿Cómo podemos repararlo?” preguntó Lucas.
“El reloj necesita piezas especiales que están escondidas por todo el pueblo,” explicó el anciano. “Si las encuentran y las colocan en su lugar, podrán salir de aquí.”
Los amigos decidieron dividirse en equipos para buscar las piezas. Lucas y Valentina fueron hacia el viejo molino en el borde del pueblo, mientras que Sofía y Tomás exploraron la biblioteca abandonada.
Lucas y Valentina encontraron una antigua esfera de cristal en el molino, oculta detrás de unas cajas viejas. Sofía y Tomás descubrieron un conjunto de engranajes oxidados dentro de un libro polvoriento. Al reunirse de nuevo en la plaza, los cuatro trabajaron juntos para colocar las piezas en el reloj.
Con cada pieza que colocaban, el reloj comenzaba a moverse lentamente, como si despertara de un largo sueño. Finalmente, con la última pieza en su lugar, las campanas del reloj sonaron una vez más, y la niebla que rodeaba el pueblo comenzó a disiparse.
“¡Lo logramos!” exclamó Lucas, mientras el sol brillaba nuevamente en el cielo.
El anciano apareció nuevamente y les hizo una señal de despedida. “Recuerden siempre, la verdadera magia está en el trabajo en equipo y en la determinación.”
Los amigos subieron a la motorhome, sintiéndose aliviados por haber solucionado el misterio. Pero, justo cuando estaban a punto de salir del pueblo, Valentina notó algo extraño en el espejo lateral.
“¡Miren eso!” exclamó, señalando el costado de la motorhome.
Allí, pegado en la carrocería, había un gran sticker que no estaba antes. Mostraba una imagen del pueblo con el reloj antiguo en el centro. Las agujas del reloj estaban moviéndose, y alrededor de la imagen había pequeñas letras que decían: «Pueblo del Tiempo».
“¿Cómo llegó eso ahí?” preguntó Sofía, asombrada.
“Parece que este pueblo no quiere que lo olvidemos,” dijo Tomás, sonriendo.
Los amigos intercambiaron miradas de complicidad y rieron, sabiendo que aquella aventura quedaría grabada en sus memorias para siempre. Con el sticker como recuerdo, se adentraron nuevamente en la carretera, esta vez seguros de que, aunque el camino pudiera ser incierto, su amistad y el espíritu de equipo los guiarían en cualquier aventura que encontraran en su viaje.