Había una red social mágica en la que se podían explorar lugares fantásticos, chatear con personajes divertidos y coleccionar tesoros virtuales.
A un niño le fascinaba tanto ese mundo digital que, casi sin darse cuenta, empezó a pasar ahí todo su tiempo libre.
Tenía una mejor amiga que vivía en la misma calle, pero últimamente casi no la veía.
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Un día, mientras estaba concentrado en una partida de su juego favorito, la puerta de su habitación se abrió de golpe. Su amiga había entrado y lo miraba con los brazos cruzados y una ceja levantada, como si él le debiera una explicación.
—¿Te olvidaste de mí? —preguntó, medio en broma, pero también un poquito triste.
El niño bajó el teléfono y sonrió, aunque algo nervioso.
—No es eso… es que… ¡hay tanto que hacer en este juego! —dijo, sin sonar muy convincente.
Entonces, ella se acercó y le dijo algo que él jamás había escuchado antes:
—¿Sabías que existe un hilo invisible entre las personas que se quieren? Es como una cuerda mágica que nos une, pero para que no se rompa, hay que cuidarlo juntos.
Él la miró intrigado. Esa idea de un “hilo invisible” sonaba mágica, pero también un poco extraña. No estaba seguro de que fuera real, así que decidió probarlo.
—¿Y cómo se cuida ese hilo? —preguntó, curioso.
—Compartiendo momentos. Haciendo cosas juntos. Si no estamos cerca, el hilo se debilita y casi desaparece. Pero si estamos juntos, ¡se vuelve fuerte y brilla! —dijo ella, con los ojos iluminados.
Eso lo convenció de intentarlo. Al día siguiente, guardó su teléfono y los dos pasaron la tarde en el parque, riendo y jugando como solían hacerlo. Entre los árboles y las risas, el niño imaginaba que podía ver un hilo brillante, como de luz, conectándolos.
Con el tiempo, ambos aprendieron a equilibrar las cosas. Él seguía explorando su red mágica, pero también se aseguraba de reservar tiempo para estar con su amiga, compartir historias y aventuras en el mundo real.
Así, el hilo invisible que los unía se hacía cada día más fuerte y brillante, recordándoles que, aunque la magia virtual era emocionante, no había nada como la conexión de un abrazo, una risa compartida o una tarde en el parque.
Reflexión
Este cuento es un recordatorio tierno y sutil de cómo la tecnología, aunque nos ofrece conexiones inmediatas y entretenimiento, también puede desconectarnos de las personas que están realmente cerca. En el cuento, el niño se sumerge tanto en la red social mágica que se olvida de su mejor amiga, quien vive en su misma calle.
Al descubrir el «hilo invisible» que los une, el niño comprende que las relaciones reales requieren tiempo, presencia y dedicación, algo que las redes sociales no pueden suplir completamente.
En nuestra vida moderna, muchas veces caemos en una situación similar. Las redes sociales y los dispositivos digitales nos permiten comunicarnos con personas en todo el mundo, pero a menudo a costa de nuestras conexiones más cercanas.
A veces, estamos físicamente junto a nuestros amigos o familiares, pero mentalmente inmersos en un mundo digital, revisando notificaciones o navegando por contenidos que nos mantienen alejados de quienes están con nosotros.