En la sabana, bajo el sol brillante,
vivía un elefante muy elegante.
Con sombrero y corbata bien planchada,
era la envidia de toda la manada.
Un día llegó una gran celebración,
y al elefante le dieron la misión:
elevar el estandarte al cielo azul,
¡un estandarte dorado, como el sol de Estambul!
Con trompa firme y paso gigante,
se preparaba el elefante elegante.
Tomó el estandarte con gran cuidado,
sabía que todos lo habían admirado.
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—¡Adelante, elefante!— gritaba la gente,
—¡Tú eres fuerte, tú eres valiente!
El estandarte que debes elevar,
es enorme, brillante, y va a destacar.
Con un suave movimiento de su trompa fina,
el elefante elevó la bandera divina.
Subió tan alto, casi hasta el cielo,
reluciendo como oro, sin ningún recelo.
La sabana entera aplaudió de alegría,
mientras el elefante sonreía con simpatía.
—¡El elefante elegante lo ha logrado!—
dijo un león, muy emocionado.
Y así, cada año en la gran festividad,
el elefante levantaba el símbolo de unidad.
Colorín colorado, el estandarte ha brillado.