Cuentini

El árbol genealógico

En un acogedor rincón de la casa de los Pérez, un gran árbol genealógico colgaba en la pared del salón. Las ramas del árbol estaban llenas de nombres y pequeñas fotografías en sepia de los antepasados de la familia. Cada noche, los hermanos Marcos, Ana y Lucía se quedaban mirando el árbol, imaginando las vidas de aquellas personas que nunca habían conocido.

Una tarde lluviosa, mientras los hermanos se sentaban juntos en el sofá, la abuela Carmen se unió a ellos. Con una sonrisa misteriosa, señaló el árbol genealógico y dijo: “¿Sabíais que este árbol tiene un secreto muy especial?”

Marcos, el mayor, miró a su abuela con curiosidad. “¿Qué tipo de secreto, abuela?”

“Este árbol tiene el poder de llevaros a través del tiempo para conocer a nuestros antepasados,” dijo la abuela Carmen con un brillo en los ojos. “Pero solo aquellos que tienen el corazón lleno de curiosidad y respeto pueden hacer ese viaje.”

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Los hermanos, llenos de emoción, pidieron a su abuela que les enseñara cómo hacer el viaje. La abuela les dio una pequeña llave dorada y les explicó: “Colocad la llave en la raíz del árbol y cerrad los ojos. El árbol hará el resto.”

Siguiendo las instrucciones, los hermanos colocaron la llave en el tronco del árbol genealógico y cerraron los ojos. De repente, sintieron como si estuvieran flotando en el aire, y cuando abrieron los ojos, se encontraron en un lugar completamente diferente.

Estaban en un campo verde, bajo un cielo azul, y frente a ellos se alzaba un robusto hombre con una pala en la mano. “Soy vuestro bisabuelo Martín,” dijo el hombre con una sonrisa cálida. “Esta es la tierra que cultivé con mis propias manos. Aprendí que, con trabajo duro y perseverancia, uno puede superar cualquier obstáculo.”

Los niños observaron cómo Martín trabajaba la tierra, sin rendirse ante las dificultades. A través de él, entendieron que la perseverancia es clave para alcanzar los sueños.

Después de despedirse de su bisabuelo, los hermanos sintieron que el aire a su alrededor comenzaba a girar de nuevo. Esta vez, cuando abrieron los ojos, se encontraron en una casa sencilla pero acogedora. Frente a ellos, una mujer cosía a mano una manta colorida.

“Soy vuestra tatarabuela Isabel,” dijo la mujer con una voz suave. “Durante los tiempos difíciles, cuando había poco dinero, aprendí a ser generosa con lo poco que tenía. Esta manta fue hecha con retazos de ropa vieja, pero la compartí con aquellos que más lo necesitaban. La bondad no requiere riquezas, solo un corazón dispuesto a dar.”

Los hermanos se sintieron conmovidos por la historia de Isabel y la forma en que su bondad había dejado una huella en la vida de tantas personas.

El viaje no terminó ahí. De nuevo, el aire giró a su alrededor y los niños se encontraron en un pequeño pueblo, donde un joven con un uniforme de soldado les sonreía. “Soy vuestro tío abuelo Juan,” dijo el joven. “Durante la guerra, muchos de nosotros tuvimos que demostrar valor en situaciones aterradoras. Pero el valor no es la ausencia de miedo, sino actuar a pesar de él para proteger a aquellos que amamos.”

Los hermanos observaron cómo Juan enfrentaba peligros con valentía, y comprendieron que el coraje no es solo para los héroes de cuentos, sino para todos aquellos que defienden lo que es justo.

Finalmente, el viento comenzó a soplar de nuevo y los niños regresaron a su salón, con la abuela Carmen sonriéndoles. “¿Qué habéis aprendido?” les preguntó.

“Aprendimos que nuestra familia es fuerte,” dijo Marcos. “Que la perseverancia, la bondad y la valentía están en nuestras raíces,” añadió Ana. “Y que nosotros también podemos vivir esos valores,” concluyó Lucía.

La abuela Carmen asintió, orgullosa. “Ese es el verdadero legado de nuestra familia. No es solo lo que ellos hicieron, sino lo que vosotros podéis hacer a partir de ahora.”

Desde aquel día, cada vez que los hermanos miraban el árbol genealógico, no solo veían nombres y fotos, sino un mapa de valores que los guiaría en su vida. Sabían que, como las raíces de un árbol, los lazos familiares los mantendrían firmes, sin importar cuán fuerte soplara el viento.

Reflexión

Este cuento, nos invita a reflexionar sobre la profunda conexión que tenemos con nuestros antepasados y cómo sus vidas y valores siguen influyendo en nosotros. A través del viaje en el tiempo que emprenden los hermanos, descubrimos que el legado de una familia no se limita a los logros materiales o a la simple existencia de sus miembros, sino que se encuentra en las enseñanzas, los valores y las experiencias que se transmiten de generación en generación.

La perseverancia, la bondad y la valentía son valores universales que han sido cultivados a lo largo del tiempo por aquellos que nos precedieron. Estos valores se convierten en las raíces que nos sostienen, brindándonos la fuerza necesaria para enfrentar los desafíos del presente.

Así como un árbol necesita de sus raíces para crecer y florecer, nosotros necesitamos entender y honrar nuestro pasado para construir un futuro lleno de propósito y significado.

El cuento también nos recuerda que no estamos solos en nuestras luchas y triunfos. Llevamos con nosotros el coraje de aquellos que enfrentaron adversidades, la generosidad de quienes compartieron lo poco que tenían, y la determinación de quienes no se rindieron ante las dificultades. Este conocimiento nos da la confianza de que, al igual que nuestros antepasados, podemos superar cualquier obstáculo.

 

Sonia Jerez

Escritora y conferencista con más 10 años de experiencia en la educación infantil y desarrollo creativo. Ha ganado varios premios internacionales.

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