En un pequeño pueblo de Israel vivía un joven llamado David. Aunque era el menor de sus hermanos y no muy alto, tenía un corazón enorme y una valentía que lo hacía destacar.
David pasaba sus días cuidando las ovejas de su familia, y mientras lo hacía, se entretenía practicando con su honda, un arma simple que lanzaba piedras a gran velocidad.
David tenía tan buena puntería que podía acertarle a una hoja en el aire… ¡o al menos eso decía él!
** Cuento recomendado ** : La piscina de cocodrilos
Un día, llegaron noticias de que el ejército del pueblo estaba enfrentándose a los filisteos, una tribu vecina que estaba causando problemas. Sin embargo, había un problema más grande, literalmente.
Los filisteos tenían a un gigante llamado Goliat, ¡un tipo tan alto como tres hombres apilados! Goliat desafiaba a todos los soldados israelitas: “¡Si alguien se atreve a enfrentarse a mí y me gana, su pueblo será libre!” Pero, claro, al verlo, ¡todos preferían salir corriendo!
David fue al campamento para llevar comida a sus hermanos, quienes también eran soldados. Al escuchar las amenazas de Goliat, preguntó: “¿Por qué nadie le hace frente? ¿Acaso no confían en que podemos vencerlo?”
Uno de los soldados rió y le dijo: “David, ¡mira lo pequeño que eres! Goliat podría aplastarte con un dedo”.
Pero David no se dejó intimidar. Fue al rey Saúl y le dijo con firmeza: “Yo puedo enfrentarme a ese gigante. Confío en mis habilidades y sé que Dios está conmigo”.
El rey Saúl, sorprendido por la valentía de David, intentó ponerle una armadura, pero era tan pesada que David apenas podía moverse. “¡Con esto no puedo ni caminar!” dijo riendo. Así que se quitó la armadura, tomó su honda y se dirigió al río. Allí eligió cinco piedras lisas y las guardó en su bolsa. Con su honda y sus piedras, David estaba listo para enfrentar al gigante.
Cuando Goliat vio a David, soltó una carcajada: “¡¿A mí me mandan a un niño con una honda?! Esto va a ser fácil”.
David, sin perder la calma, le gritó: “Tú vienes con espada y lanza, ¡pero yo vengo con la valentía y la confianza de que voy a vencerte!”
Entonces, David colocó una piedra en su honda, la giró sobre su cabeza y… ¡zas! Lanzó la piedra con toda su fuerza. La piedra voló como un rayo y se estrelló en la frente de Goliat. El gigante, sorprendido, tambaleó un momento y luego cayó al suelo con un enorme ¡pum!
El ejército filisteo, al ver que Goliat había sido derrotado por un joven pastor, huyó despavorido. Los soldados israelitas celebraron emocionados, y todos miraban a David con admiración.
David había demostrado que no importa el tamaño de los retos, sino la confianza y el valor que uno tiene para enfrentarlos. Desde entonces, su nombre fue recordado como el del joven que venció al gigante, y todos aprendieron que, con valentía y un poco de ingenio, no hay obstáculo que sea demasiado grande.
Y así, David volvió a su hogar, con una gran sonrisa y la certeza de que el verdadero poder estaba dentro de su propio corazón.