Cuentini

La manta de la abuela

En un acogedor rincón de la ciudad, vivía Abuela Rosa, famosa por dos cosas: sus galletas de chispas de chocolate y sus maravillosas mantas tejidas a mano.

Cada invierno, Abuela Rosa tejía una manta nueva, pero este año era especial. Iba a ser la «Manta de los Abrazos» para su creciente familia.

Mientras se sentaba en su mecedora junto al fuego, Abuela Rosa sacaba hilos de colores brillantes. Rojos, azules, verdes y amarillos, cada color representaba a uno de sus nietos.

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Jaime el juguetón amaba el azul del cielo, mientras que Sofía la soñadora adoraba el verde de los prados.

Tomás no podía vivir sin su rojo pasión, y Anita era feliz con el amarillo del sol.

Con cada puntada, Abuela Rosa entrelazaba historias y risas, recordando los juegos y aventuras de cada visita familiar. «Este cuadro azul tendrá un patrón de avión para Jaime, que sueña con volar alto», decía, tejiendo con una sonrisa.

«Y este verde para Sofía, con pequeñas flores para su amor por el jardín».

La manta crecía día a día, igual que su familia. Abuela Rosa añadió cuadros para los tías y tíos, e incluso un par de cuadros extra por si la familia seguía creciendo. «Nunca se sabe», guiñaba el ojo, «mejor estar preparada».

Finalmente, llegó el gran día de la reunión familiar de invierno. La casa de Abuela Rosa estaba llena de risas, charlas y el olor a galletas recién horneadas.

Cuando todos estuvieron reunidos alrededor del fuego, Abuela Rosa presentó la «Manta de los Abrazos».

«Esta manta es especial», comenzó Abuela Rosa, «porque cada uno de ustedes está en ella. Cada cuadro y cada color cuenta una parte de nuestra historia familiar.

Así, aunque estemos lejos, cada vez que usen esta manta, será como recibir un abrazo mío».

Los niños aplaudieron y se acurrucaron bajo la manta, buscando los colores y patrones que los representaban. Se reían señalando cada detalle que Abuela Rosa había incluido especialmente para ellos.

Desde ese día, la «Manta de los Abrazos» no solo brindó calor en las frías noches de invierno, sino que también recordó a todos en la familia que, sin importar dónde estuvieran, siempre estaban conectados por el amor y los abrazos de Abuela Rosa.

Y así, entre hilos y colores, la familia permanecía unida, envuelta en el calor de sus recuerdos y amor.

Sonia Jerez

Escritora y conferencista con más 10 años de experiencia en la educación infantil y desarrollo creativo. Ha ganado varios premios internacionales.

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