En lo profundo del bosque, donde los árboles se estiran hacia el cielo y el viento susurra secretos entre las hojas, habita una figura misteriosa: la Madre Monte. Ella no es como los humanos, pero tampoco es una criatura común. Su piel parece estar hecha de corteza y su cabello, de musgo y hojas, se mueve con la brisa. Su misión es simple: proteger la naturaleza.
Un día, mientras paseaba por el bosque, observó cómo un grupo de leñadores cortaba árboles sin piedad. No solo derribaban los viejos, sino también los jóvenes que apenas habían comenzado a crecer. La Madre Monte frunció el ceño. Los animales que vivían en esos árboles perderían sus hogares, y el bosque, su equilibrio.
“¡Basta!” tronó su voz, que resonó entre los árboles como un trueno lejano. Los leñadores se detuvieron en seco. “¿Quién osa lastimar a mis hijos?” preguntó la Madre Monte, su voz grave pero calmada, mientras las ramas parecían moverse a su alrededor, como si el mismo bosque estuviera respondiendo a su llamado.
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Uno de los leñadores, temblando de miedo, balbuceó: “No sabíamos… solo estamos trabajando”.
La Madre Monte se acercó a ellos, y aunque su rostro seguía oculto por su sombrero de hojas, los hombres podían sentir la mirada penetrante que los juzgaba. “El bosque no es solo madera”, dijo. “Aquí viven criaturas que dependen de estos árboles. Cada planta, cada animal tiene un lugar, y cuando lo destruyen, todo se desequilibra.”
Los leñadores, comprendiendo su error, dejaron caer sus hachas al suelo. “Perdónanos”, dijeron con humildad.
La Madre Monte observó sus corazones. Sabía que el arrepentimiento era sincero. “Si quieren reparar el daño, deben plantar nuevos árboles. Y nunca más volver a tomar más de lo que el bosque puede ofrecer.”
Los hombres asintieron, y desde ese día, se convirtieron en guardianes del bosque. Siempre que cortaban un árbol, plantaban dos nuevos, y enseñaban a otros a respetar la naturaleza.
Así, la leyenda de la Madre Monte se esparció, recordando a todos que el bosque no es un recurso, sino un hogar que debemos cuidar y proteger. Y, aunque pocos la han visto, todos saben que su espíritu sigue vigilando, velando por la armonía de la naturaleza.
Este cuento está basado en la cultura popular de Colombia