El sol brillaba en lo alto, pero Noé sentía en su corazón algo muy distinto. Una gran tarea lo esperaba, y no podía perder tiempo. Mientras tallaba la madera, su mente se llenaba de pensamientos sobre lo que el Señor le había pedido: construir un arca enorme para proteger a su familia y a todos los animales del Diluvio que vendría.
Una tarde, mientras trabajaba, su hijo Sem se acercó y le preguntó:
—¿Papá, por qué estamos construyendo este barco tan grande? No hay agua cerca.
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Noé se detuvo y, con una sonrisa tranquila, le respondió:
—Dios me ha dado esta misión, hijo. Viene un gran Diluvio que cubrirá la Tierra, pero nosotros estaremos a salvo en esta arca. No solo nosotros, sino también los animales que Dios ha creado.
Sem, con los ojos bien abiertos, asintió, aunque aún no lo comprendía del todo. Pronto, la construcción del arca se convirtió en el trabajo de toda la familia. Japhet y Cam, los otros hijos de Noé, ayudaban con las herramientas, mientras sus esposas preparaban todo lo necesario para el viaje que se avecinaba.
Un día, comenzaron a llegar los animales. ¡Había de todo! Desde elefantes enormes hasta pequeños ratoncitos, todos entraban en parejas al arca. Las jirafas estiraban sus largos cuellos para ver más allá, mientras los leones rugían suavemente, como si también supieran que algo grande estaba por suceder.
—¡Miren cuántos animales! —gritó Cam, señalando a un par de osos perezosos que subían lentamente la rampa del arca.
Finalmente, cuando todos estuvieron dentro, el cielo comenzó a oscurecerse. Noé miró hacia arriba y susurró:
—El momento ha llegado.
La lluvia comenzó a caer, suave al principio, pero pronto se convirtió en un torrente que no paraba. El arca se balanceó, pero se mantuvo firme en las aguas crecientes.
Durante días y noches, la familia de Noé y los animales permanecieron seguros dentro del arca. Afuera, todo era agua, pero dentro había esperanza. Y cuando finalmente la lluvia cesó y el arca se posó sobre tierra firme, Noé salió, agradecido, y vio cómo un arcoíris brillaba en el cielo.
—Es la promesa de Dios —dijo Noé—. Un nuevo comienzo para todos.