Un par de pingüinos llamados Pirguin y Pompín, vivían en la gélida tierra de la Antártida. Su día a día consistía en una ardua tarea: cazar peces para alimentarse. Iban al agua y regresaban rápidamente a la orilla con sus presas, nadando con destreza.
Un día, mientras cazaban como de costumbre, algo extraño comenzó a suceder. Los peces que estaban atrapando parecían saltar más alto de lo normal y se alejaban de ellos, burlándose con saltos acrobáticos. Pirguin, con un brillo de curiosidad en sus ojos, se volvió hacia su compañero y exclamó, «¡Hey, Pompín, creo que estamos cazando peces saltarines!»
La diversión de los peces no duró mucho, ya que pronto todos comenzaron a saltar como locos. Algunos incluso volvieron al mar, escapando de las garras hambrientas de los pingüinos.
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Pirguin pronto se dio cuenta de que estaban perdiendo el tiempo persiguiendo a estos peces juguetones. Miró a Pompín y dijo, «Tengo una idea, Pompín. Construyamos un castillo de hielo para atrapar a los peces y evitar que se escapen.»
La idea de Pirguin entusiasmó a Pompín, quien respondió con entusiasmo, «¡Me parece excelente! También podemos añadir toboganes para divertirnos mientras cazamos.»
Los dos pingüinos se pusieron manos a la obra, y en pocos días, habían construido un impresionante castillo de hielo con rampas y toboganes de todos los tamaños. Era un castillo majestuoso, con varias torres que se alzaban por encima de la costa.
Sin embargo, lo que comenzó como un lugar de caza se convirtió en un parque de diversiones para los pingüinos. Pasaban sus días lanzándose por los toboganes, riendo y disfrutando de las emocionantes atracciones que habían creado. La caza de peces pasó a un segundo plano.
Un día, Pirguin decidió explorar más profundamente el castillo y se sorprendió al ver que el agua se había infiltrado. Gritó a Pompín desde lo más alto de la torre central, «¡Pompín, todo se está derritiendo! Tenemos que hacer algo.»
Desesperados, intentaron en vano evitar el colapso de su castillo de hielo. Grandes pedazos de hielo se derrumbaron, y el castillo se derritió poco a poco. Fue un recordatorio de lo frágil que era el mundo que habían construido.
Con el castillo en ruinas y sus corazones apesadumbrados, los pingüinos decidieron volver a su tarea de caza, pero con una lección aprendida. Ya no perseguirían a los peces saltarines. A medida que se zambullían en el agua fría, disfrutaron de la belleza del océano.
Así, Pirguin y Pompín aprendieron a apreciar la importancia de equilibrar la diversión y la responsabilidad.
Reflexión
Mientras Pirguin y Pompín continuaban su vida en la Antártida, se dieron cuenta de que el mundo en el que vivían estaba cambiando rápidamente. El castillo de hielo que habían construido con tanto esfuerzo se derritió debido a las crecientes temperaturas. Este triste episodio les hizo reflexionar sobre un problema más grande: el calentamiento global.
La Antártida, hogar de estos adorables pingüinos, es uno de los lugares más afectados por el cambio climático. El aumento de las temperaturas ha provocado la pérdida de enormes cantidades de hielo, lo que a su vez ha elevado el nivel del mar en todo el mundo. Esto no solo pone en peligro a los pingüinos, sino que también afecta a la biodiversidad marina y a la estabilidad del clima global.
Los pingüinos se dieron cuenta de que, aunque pudieran haber construido un castillo de diversión, el verdadero tesoro era su hogar natural, el frío y majestuoso paisaje de la Antártida.
El cuento de Pirguin y Pompín nos inspira a tomar medidas para mitigar el cambio climático y a proteger nuestro hermoso y frágil hogar, la Tierra, antes de que sea demasiado tarde.