En un rincón mágico del archipiélago de Chiloé, las olas guardaban un secreto encantador: allí vivía una sirena con cabello largo y brillante como el sol. La gente la llamaba la Pincoya, y tenía un poder especial. Su baile podía decidir si el mar daría muchos peces o solo unos pocos.
Un día, un grupo de niños de la isla estaba pescando junto a sus familias. A pesar de sus redes y anzuelos, no conseguían pescar nada. «¿Dónde estarán los peces?», se preguntaban con caritas preocupadas.
Uno de los abuelos de la aldea, que siempre tenía una historia lista para cada ocasión, se les acercó con una sonrisa pícara. «¿Han oído hablar de la Pincoya?», les dijo. Los niños, emocionados, se sentaron a su alrededor.
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«La Pincoya», continuó el abuelo, «es una hermosa sirena que vive en el mar y baila para decidir si habrá muchos o pocos peces. Si baila mirando al océano, el mar estará lleno de vida. Pero si lo hace mirando hacia la tierra… bueno, ¡los peces se esconderán por un buen rato!»
Uno de los niños, con curiosidad chispeante en los ojos, preguntó: «¿Y cómo podemos pedirle a la Pincoya que baile para el mar?»
El abuelo se rascó la barbilla pensativo. «Dicen que la Pincoya aprecia la alegría y el agradecimiento. Tal vez, si cantan y bailan para ella, ¡la convencerán de darnos una gran pesca!»
Animados por la idea, los niños decidieron organizar un baile en honor a la Pincoya. Al atardecer, reunieron conchas y caracolas para hacer música, decoraron la playa con ramas y flores, y comenzaron a bailar y a cantar alegres canciones sobre el mar.
Mientras giraban y reían bajo la luz de la luna, una figura brillante y elegante emergió de las olas. ¡Era la Pincoya! Con una sonrisa misteriosa, comenzó a mover sus brazos con gracia, danzando al ritmo de las olas. Los niños observaban con los ojos abiertos de par en par, maravillados por su belleza y su danza mágica.
La Pincoya giraba suavemente y, poco a poco, sus pasos se dirigieron hacia el océano. Los niños aplaudieron de felicidad, sabiendo lo que eso significaba: ¡la Pincoya había escuchado su pedido!
Al día siguiente, cuando las familias de la aldea fueron a pescar, ¡las redes volvían llenas de peces relucientes! Los pescadores no podían creerlo. “¡La Pincoya nos ha bendecido!”, exclamaban, agradecidos.
Esa noche, mientras las familias disfrutaban de una gran cena de pescado fresco, los niños contaban emocionados la historia de cómo habían convencido a la Pincoya de bailar para el océano. Y desde entonces, cada vez que querían una buena pesca, volvían a la playa, cantaban y bailaban en honor a su amiga del mar.
Y así, entre risas, danzas y el brillo de la luna sobre el océano, la Pincoya y los habitantes de Chiloé mantuvieron viva una hermosa amistad, sabiendo que, mientras hubiera alegría y gratitud, el mar siempre les daría lo mejor de sus aguas.
Este cuento está basado en la cultura popular de Chile.