Érase una vez, en un corral lleno de cacareos y revoloteos, una gallina tan presumida que parecía que se había bebido todo el agua del charco de la vanidad.
Cada mañana, se pavoneaba frente a los pollitos, levantando la cresta y diciendo: «¡Miren mi plumaje brillante! Soy la reina del corral, ¡esto es un homenaje!».
Los pollitos la miraban con ojos redondos, aunque algunos bostezaban a escondidas.
Pero un día, ¡sorpresa! Llegó un pavo real con una cola tan colorida que parecía un arcoíris en pleno vuelo.
Todos los animales se quedaron boquiabiertos, menos la gallina, que se puso furiosa. «¡Eso es trampa!», cacareó, picoteando el suelo.
«¡Eres un farsante, un truco barato!».
El pavo, sin perder la calma, le dijo con una sonrisa: «Amiga gallina, la belleza no está en las plumas, sino en cómo tratas a los demás. ¿Por qué no pruebas a ser amable en lugar de presumir tanto?».
La gallina se quedó pensativa. Al día siguiente, en lugar de alardear, ayudó a un pollito a encontrar unos granos perdidos. Los animales del corral la aplaudieron, no por su plumaje, sino por su buen corazón.
Y así, la gallina aprendió que la verdadera belleza está en ser amable y generosa. El corral se llenó de risas y amistad, y todos vivieron felices, ¡hasta que el granjero les dio de comer!
¡Y colorín colorado, este cuento ha terminado!