En una sala de juegos, había un videojuego muy popular que todos los niños adoraban. En él, los jugadores se convertían en héroes que peleaban contra monstruos gigantes, lanzaban hechizos y corrían para ganar puntos.
El videojuego era famoso por sus emocionantes batallas y la adrenalina de vencer al enemigo. Desde su pantalla, el videojuego podía ver a los niños gritar de emoción, competir entre ellos y hasta chocar las manos cuando alguien ganaba.
Sin embargo, con el tiempo, el videojuego empezó a notar algo extraño. Después de jugar, algunos niños salían de la sala de juegos con el ceño fruncido o hasta discutiendo. Amigos que antes compartían risas, ahora competían entre sí de una forma que no parecía muy amigable.
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Algunos se molestaban si perdían, y otros se burlaban de quienes no podían vencer a los monstruos. Todo esto hacía que el videojuego, que solo quería que los niños fueran felices, se sintiera muy triste.
«¿Será que los estoy haciendo pelear?» pensaba el videojuego. «Yo solo quería que se divirtieran y fueran héroes… pero parece que algo está saliendo mal.»
Una noche, cuando la sala de juegos estaba vacía y solo se oía el zumbido de las luces, el videojuego tomó una decisión muy valiente. Con todo el poder que tenía sobre su propio mundo, decidió cambiar las reglas del juego. Si quería que los niños fueran felices, tal vez era hora de probar algo nuevo.
Al día siguiente, cuando los primeros jugadores se acercaron emocionados a la pantalla, el videojuego tenía una sorpresa para ellos. Ahora, en lugar de vencer a monstruos y competir entre sí, los héroes debían ayudarse mutuamente.
Las reglas decían que solo podrían avanzar si trabajaban en equipo: uno protegía al otro, compartían sus poderes y se cuidaban entre todos para atravesar los niveles. Si un héroe se caía, los demás tenían que ayudarlo a levantarse.
Al principio, los niños se miraron extrañados. ¡Esto era muy diferente a lo que estaban acostumbrados! Pero poco a poco, empezaron a descubrir lo divertido que era colaborar.
Uno cuidaba la espalda de su amigo, otro usaba sus poderes para proteger al grupo y todos juntos vencían los desafíos.
Sin darse cuenta, se reían y se animaban entre sí. El juego se volvió más entretenido que nunca, y el ambiente cambió: ya no se oían quejas, sino risas y palabras de aliento.
Pronto, los niños se dieron cuenta de algo increíble: cuando salían de jugar, se sentían más contentos y unidos. Dejaron de discutir y se sintieron más como un equipo, no solo en el videojuego, sino también en la vida real.
La popularidad del juego creció aún más, pero esta vez por una razón diferente. No solo era emocionante, sino que ahora hacía que los niños se sintieran bien consigo mismos y con los demás.
El videojuego estaba feliz, pues había aprendido que no siempre se trataba de ganar o perder.
A veces, lo mejor era descubrir juntos lo que significaba ser un verdadero héroe: alguien que protege y se preocupa por los demás.
Desde entonces, el videojuego siguió siendo el favorito de todos, recordándoles que los juegos, al igual que las amistades, son mucho mejores cuando se juegan en equipo.
Reflexión
Este cuento nos recuerda que, en un mundo lleno de competencia, a veces olvidamos el valor de la colaboración y el respeto mutuo. El videojuego, que inicialmente parecía un simple pasatiempo, se convierte en un reflejo de cómo nuestras acciones afectan las relaciones y la convivencia.
Al cambiar sus reglas, el videojuego actúa con valentía, enseñándonos que no todo se trata de ganar o ser el mejor. A veces, la verdadera satisfacción está en ayudar a los demás y en disfrutar juntos de los momentos, sin importar quién está «ganando».
La transformación del juego inspira a los niños a descubrir que la cooperación es tan gratificante como la competencia, y que los buenos momentos son aún mejores cuando se comparten.
Al final, todos aprenden que el verdadero «premio» no es el reconocimiento individual, sino la sensación de estar unidos, apoyarse y divertirse juntos.
Esta reflexión nos invita a replantear nuestras actividades y a considerar si nos ayudan a crecer en amistad y respeto o nos separan, recordándonos que la diversión y el bienestar común son las mejores victorias.