Había una vez un turista muy curioso que llegó a un pueblo lleno de casitas con techos de chocolate (bueno, en realidad eran de teja, pero a él le parecían de chocolate). Mientras paseaba, vio a un señor muy serio, con un bigote tan recto que parecía una regla.
El turista, que siempre perdía la noción del tiempo, le preguntó:
—¡Eh, señor bigotudo! ¿Qué hora es?
El hombre, sin pestañear, sacó un reloj enorme de su bolsillo, lo miró con cara de científico y dijo:
—Es exactamente las 14:37 y 22 segundos.
El turista se quedó con la boca abierta.
—¡Wow! ¿Eres un mago? ¿O tu reloj es un robot?
El hombre se ajustó el bigote y respondió:
—No, es que mi reloj se cansó de funcionar ayer a las 14:37 y 22 segundos.
El turista soltó una carcajada tan fuerte que hasta los pájaros se unieron al festín. El señor serio, al verlo reír, no pudo aguantarse y empezó a reír también. ¡Hasta su bigote se rió!
Desde ese día, el turista aprendió que no siempre hay que ser tan exacto, y el señor bigotudo descubrió que a veces es mejor reírse que tener la hora perfecta. Y así, los dos se hicieron amigos, aunque nunca supieron qué hora era en realidad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¡pero la risa sigue por ahí!