Mateo y Nico estaban sentados en el suelo, rodeados de cables, mientras jugaban con una vieja consola de videojuegos que habían encontrado en el ático.
—¡Cuidado, ahí viene el jefe final! —gritó Mateo mientras movía su control frenéticamente, tratando de esquivar los ataques en la pantalla.
Nico, con la lengua fuera de la boca y los ojos bien abiertos, concentrado en su personaje, estaba a punto de perder su última vida.
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—¡Nooo, perdí! —exclamó Nico, dejando caer el control y observando cómo su avatar desaparecía de la pantalla con un destello triste.
Mateo, que todavía tenía una vida extra, sonrió con picardía.
—¿Sabes por qué los gatos serían buenísimos en este juego? —preguntó Mateo, sin dejar de jugar.
Nico lo miró, desconcertado.
—¿Gatos? ¿Qué tienen que ver los gatos con esto?
Mateo, sin despegar la vista de la pantalla, respondió con una sonrisa.
—Porque tienen siete vidas, ¡nunca perderían!
Nico soltó una carcajada tan fuerte que casi derriba el tazón de palomitas que tenían a su lado.
—¡Eso es trampa! —dijo entre risas—. Imagínate un gato jugando videojuegos, sería invencible.
—Exacto —dijo Mateo, esquivando un ataque en el juego—. «Game Over» no existiría para ellos.
Nico se imaginó a un gato, con auriculares y control en mano, jugando videojuegos sin parar, saltando de plataforma en plataforma, y cada vez que perdía una vida, simplemente seguía jugando sin preocupación.
—¡El gato sería el campeón mundial de videojuegos! —dijo Nico—. ¡Todos los gamers le tendrían miedo!
—Y sería tan tranquilo —añadió Mateo—. Cada vez que perdiera una vida, solo se estiraría, bostezaría y seguiría jugando, como si nada.
Ambos amigos estallaron en risas, imaginando a un gato súper gamer, rodeado de trofeos y con un montón de ratones virtuales derrotados.
—Pero bueno —dijo Nico, tomando de nuevo su control—, nosotros no somos gatos, así que… ¡tengo que vencerte con mi única vida!
Mateo sonrió, listo para el desafío.
—Vamos a ver si puedes, pero recuerda, yo tengo siete vidas… ¡mentales!
Justo cuando Nico iba a responder, la puerta de la habitación se abrió silenciosamente, y un gato gris, con grandes ojos curiosos, entró sigilosamente. Saltó sobre la mesa, y su sombra se proyectó en la pared.
Por alguna razón, la luz de la lámpara hizo que la sombra del gato pareciera gigantesca. En la pared se reflejaba una figura enorme, como si fuera un felino gigante a punto de lanzarse sobre ellos.
Nico y Mateo se quedaron congelados, mirando la sombra monstruosa. Sin pensarlo dos veces, soltaron los controles, gritaron y salieron corriendo de la habitación, dejando el videojuego encendido.
El gato, ajeno al caos que acababa de causar, se quedó tranquilamente en la mesa, estirándose y bostezando… como el campeón mundial de la tranquilidad.